Mujer de madera

Con el paso de los años, Marisa es una joven hermosa que ha recuperado la alegría. Pero el día de su boda con César, a quien ama con toda su alma, aparece en la iglesia una mujer llamada María Eugenia, llevando en su vientre la prueba de la infidelidad de César. Este nuevo golpe transforma su vida; Marisa Santibáñez se vuelve fría, dura, inflexible… Es una mujer de madera.

Su hermana Aída es una chica tímida y soñadora. Un problema  con el rancho “Las cumbres”, obliga a Marisa y su tía materna, Piedad, a acudir de forma urgente a sus tierras. Al llegar allí, la romántica Aída se enamora de Carlos, el hijo de la cocinera.

Carlos es biólogo y trabaja para un grupo ecologista que lo envía al rancho “Las Cumbres” para realizar una investigación. Al llegar al rancho, la atracción entre Carlos y Marisa es inmediata, lo que provoca la furia de Efraín, el encargado del rancho, que desea casarse con Marisa para apoderarse de su fortuna. En complicidad con Piedad, Efraín ha estado talando el bosque ilegalmente y lucrandose con la venta de la madera. Marisa quiere a su tía como a una madre y no sospecha que Piedad, enamorada de César y consumida por los celos, contrató a María Eugenia para evitar su matrimonio. Piedad planea también apoderarse de su rancho, y piensa lograrlo contratando a un actor muy parecido a Don Aarón, el padre de Marisa, y poniendo en práctica una siniestra farsa que la haga perder la razón.

Pero lo que tanto Piedad como Marisa ignoran es que Don Aarón y la pequeña Lucrecia no murieron en un accidente como ellas creen. Don Aarón fue rescatado por una misteriosa mujer que siempre lo amó y, al ver que había perdido la memoria, guardó el secreto de su identidad para conservarlo a su lado; y Lucrecia fue encontrada por Cruz, el curandero del pueblo. Sabiendo que no podían tener hijos, Cruz y su esposa también callaron, y conservaron a la pequeña, cuyo rostro quemado quedó marcado por una cicatriz que la convirtió en una jovencita amargada pero, al contrario de su melliza Aída, audaz y decidida. Lucrecia presiente que Cruz y su esposa no son sus padres, y no piensa detenerse hasta encontrar a su verdadera familia.

Cuando Marisa se entera de que Aída se ha enamorado de Carlos, se da cuenta de que su hermanita nunca sería feliz con un hombre mucho mayor que ella, decide conquistarlo para alejarlo de ella. Sabe que con esto puede perder el cariño de su hermana, pero sólo le importa evitarle a la jovencita un dolor más grande, como el que ella sufrió al perder a César. Pero Marisa se engaña, porque en el fondo, Carlos ha hecho que en su corazón de madera se encienda nuevamente el fuego ardiente del amor, un amor que podría devolverle la felicidad, o consumirla como aquel trágico incendio que devoró el bosque años atrás, y convirtió en cenizas la dicha de su infancia